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No hace mucho tiempo los salteños temíamos contagiarnos de algunas costumbres argentinas, sobre todo de las relacionados con incumplimientos de la ley, las muestras de patoterismo, la tendencia a presionar a la Justicia, y la permanente crítica destructiva. El temor no fue suficiente para “frenar el contagio” e incluso generar “nuevos virus”. Nos sumergimos en acciones que antes criticábamos e incluso creamos formas de convivencia más peligrosas que las que rechazábamos.

La realidad nos demostró que tuvimos estratos sociales (y sobre todo cúpulas) que fueron permeables a malas conductas sociales de cuanto generador hubo. No sólo tomamos malos ejemplos de los vecinos, por su cercanía, sino que absorbimos modismos de países más lejanos.
Quedó claro que el problema no son los americanos de al lado: somos nosotros mismos, que nos considerábamos superiores por cultura, historia y formación social. Como no lo somos (o nos hemos devaluado) hemos permitido que la tentación de los “caramelos robados” nos dañen los dientes masivamente.

Lo más grave es que esas “caries sociales” hacen presa de los más frágiles, mientras que quienes ofrecen la tentación (corruptores) se aprovechan de su debilidad y quedan al margen de culpa de los desvíos.

No crea que exagero. La existencia de “punteros políticos” es una novedad para estos lados; quizás un invento de quienes acaudillan masas de poco pensar, que son atraídas por migajas para reclutar gente necesitada como servidores partidarios. También tenga en cuenta cuanto ha crecido la violencia por estas tierras. ¿Cuándo hubo que separar hinchadas o suspender partidos de vecinos barriales? Toda una novedad, muestra de esa violencia descontrolada, que no tiene su razón de existencia en el deporte, sino en los desafueros conductuales de la gente. El público hace lo que ve. Los caudillos, líderes o referentes insultan, compran, engañan, se sirven de la gente más humilde, y le transmite que eso es la vida: acomodarse, tomar lo que se precisa, aunque no corresponda, apoyar a quien te da algo, aunque se lo quite a otro, concretan así la más triste forma de contagiar malas conductas, que creíamos que era de otros pueblos.


Hay quienes piensan que hablar estas cosas es predicar en el desierto. Uruguay no tiene páramos, tiene verdor vegetal y seguramente en la mente de quienes han recibido la semilla artiguista. No hablo en el aire. Considero que no debe detenerse la siembra de buenas ideas; que las epidemias (o pandemias) de malas conductas deben rechazarse con “vacunas” de verdad, de fundamentos racionales de buenas prácticas en la vida. Nadie se queda de brazos cruzados si alrededor de su familia la gente muere o se enferma de gravedad: acude a la ciencia para mejorar la situación. En este contagio (con mutación de virus ideológicos), también hay que resistir. Hay referentes serios que difunden verdades probadas en política, en economía, en convivencia. Escuchémoslos; se expresan de continuo en redes, radios, televisoras, conferencias; cuesta algunos minutos prestar atención, pero se trata de una pequeña inversión para mejorar la vida.


Oídos sordos a los curanderos de la sociedad que enferman mentes. Hablan para beneficiarse.

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