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Una charla íntima con el joven docente que deja Uruguay rumbo a Nueva Zelanda en busca de nuevas oportunidades, sin perder de vista su compromiso con la educación y la formación en valores.

El maestro Félix Wuilman tiene apenas unos años de experiencia profesional, pero habla con la convicción y la madurez de quien ha vivido intensamente el aula. Joven, salteño, entusiasta y profundamente comprometido con la enseñanza, Wuilman se prepara para emprender una nueva etapa en su vida junto a su pareja también docente rumbo a Nueva Zelanda.

La decisión de emigrar no fue sencilla, pero sí meditada. “Nos encontramos con una realidad diferente a la que esperábamos”, cuenta con serenidad. En esta entrevista exclusiva en La Prensa Streaming, repasa su vocación, sus desafíos en el sistema educativo uruguayo y los motivos que lo impulsan a buscar horizontes nuevos sin perder de vista la esencia: enseñar, formar y acompañar.

“Ser maestro es mucho más que enseñar”

“Más que nada, quise aportar mi grano de arena en lo que respecta a los valores”, explicó Wuilman sobre su elección de la carrera de Magisterio. Para él, ser maestro es una forma de preservar y transmitir aquello que considera sagrado, los principios que identifican a una persona.

Pero su idealismo inicial pronto chocó con una realidad compleja. “Te preparan para algo que no es lo que te vas a encontrar”, advierte. En la práctica, la enseñanza es mucho más que el contenido, es contención, escucha, creatividad y, muchas veces, improvisación.

Con aulas de hasta 30 niños, escasos recursos y múltiples responsabilidades que van más allá del rol pedagógico, Wuilman sintió lo que muchos docentes viven a diario: agotamiento emocional y desmotivación. “Trabajas más de cuatro horas. Salís de la escuela y seguís planificando, pensando cómo cautivar a los gurises”. Su tesis de hecho, se centró en los docentes como agentes de salud mental y el síndrome del quemado, un problema real que afecta a muchos maestros.

Educación en tiempos difíciles, “No te dan las herramientas”

Uno de los puntos críticos que Wuilman señala es la falta de preparación real para enfrentar las múltiples realidades sociales que se viven en las aulas. “En vez de incluir, a veces parece que aumentamos la marginalidad”, comentó.

Aula heterogénea, pocos recursos tecnológicos y escasa formación para enfrentar situaciones complejas son parte del diagnóstico. En su experiencia, a menudo se espera que el maestro se convierta también en psicólogo, asistente social y hasta enfermero.

“La escuela termina siendo un segundo hogar para muchos niños”, afirma. Y eso implica una carga emocional y práctica enorme para los docentes, que muchas veces no tienen respaldo institucional ante problemas o situaciones críticas. “Estás en primera línea, pero sin respaldo”.

“La familia también educa”

Wuilman insistió en un concepto que atraviesa toda la entrevista, la corresponsabilidad entre escuela y hogar. La enseñanza de la lectura, las tablas de multiplicar o simplemente preguntar cómo estuvo el día escolar del niño, son tareas que también deben involucrar a las familias.

“No necesitas un título para hacer un dictado o leer un cuento con tu hijo”, enfatizó. Para él, el tiempo de calidad no se mide en regalar celulares, sino en el acompañamiento diario, por mínimo que sea. “Cinco minutos pueden hacer una diferencia enorme”.

En su análisis, la falta de este vínculo genera vacíos que terminan por impactar negativamente en el proceso educativo. Niños que llegan a quinto año sin saber leer, o que no pueden hacer gimnasia por no tener los carné de vacunas al día, son síntomas de una desconexión preocupante entre hogar y escuela.

Tecnología, celulares y aulas desiguales

En cuanto a la tecnología, Wuilman reconoce que se ha avanzado, pero queda mucho por hacer. “Tenés 15 estudiantes y 8 tienen dispositivos rotos”, relata. La desigualdad en el acceso impide planificar clases con herramientas digitales de manera efectiva. En esos casos, el docente debe reinventarse, dividir la clase, improvisar.

Sobre el uso de celulares en niños, es tajante: “Es un chupete virtual”. La entrega temprana de dispositivos móviles no reemplaza el tiempo de calidad, y puede incluso ser perjudicial para la atención y el desarrollo del niño. “Concentrarse hoy es difícil. Hay que buscar el chispazo de interés constantemente”, afirmó.

Emigrar con el alma docente intacta

La decisión de emigrar fue compartida con su pareja, también docente. Ambos consiguieron trabajo en Nueva Zelanda, lo que facilita el proceso. “Vamos con una idea de retorno, claro. Esto no es una huida, sino una búsqueda”, explicó.

Consciente de los desafíos que dejarán atrás, también valora lo aprendido. “Acá me hice maestro, en el campo”, afirma. Porque si algo tiene claro es que la verdadera formación no ocurre en la teoría, sino en la escuela, en el aula, en el contacto diario con los estudiantes.

Un mensaje de aliento: “Perseguí tus sueños”

Antes de despedirse, Wuilman dejó un mensaje simple, “Persigan lo que quieran. No hay edad para cumplir sueños”. Su historia es una muestra de eso, un joven maestro que, lejos de rendirse ante las dificultades del sistema, decide apostar por nuevos caminos sin dejar de lado su vocación.

Sus palabras son también un llamado a la reflexión sobre la educación, la familia, la tecnología y el rol del docente en el siglo XXI. Pero, sobre todo, son un recordatorio de que enseñar sigue siendo un acto de esperanza.

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