La Prensa Hacemos periodismo desde 1888

Estados Unidos atraviesa una evidente pérdida de influencia en América Latina, un espacio que durante décadas consideró su “patio trasero” y que hoy se encuentra cada vez más vinculado a China. No se trata de un fenómeno repentino ni de una circunstancia meramente comercial: es el resultado de una estrategia china sostenida en el tiempo, basada en inversiones, financiamiento e intercambios comerciales que han logrado abrir puertas en prácticamente todos los países del continente.

Brasil, México, Colombia, Chile y Uruguay, entre otros, mantienen vínculos fluidos con China. Y aunque ninguno de estos países esté confrontado directamente con Estados Unidos, lo cierto es que las relaciones con Washington suelen estar marcadas por altibajos, tensiones diplomáticas y agendas a menudo divergentes. Mientras tanto, Pekín ofrece pragmatismo y un discurso de “cooperación sin condiciones” que atrae a gobiernos de distinto signo ideológico.

Esta competencia geopolítica explica en parte la reciente decisión de Donald Trump de impulsar una asistencia millonaria hacia Argentina. Washington entiende que, si pierde la batalla de la influencia en las grandes economías latinoamericanas, se debilita su posición estratégica frente a China en un escenario global cada vez más polarizado. La ayuda al vecino rioplatense es un gesto que trasciende la coyuntura: busca recuperar espacio político y económico en la región. Para Uruguay, esta dinámica abre un abanico de posibilidades. En primer lugar, porque puede transformarse en receptor de inversiones estadounidenses si se juega con inteligencia la carta de la estabilidad institucional, la seguridad jurídica y la previsibilidad macroeconómica. Estados Unidos necesita aliados confiables en América Latina, y Uruguay, con su tamaño pequeño pero su reputación sólida, puede ser un socio atractivo.

En segundo lugar, la coyuntura brasileña ofrece una oportunidad adicional. El gigante regional enfrenta un arancel del 50% en sus exportaciones hacia Estados Unidos, lo que encarece de manera drástica su acceso a ese mercado. Para muchas empresas brasileñas, la alternativa podría pasar por relocalizar parte de su producción en Uruguay, desde donde podrían exportar evitando el peso de esa barrera arancelaria. De hecho, Uruguay cuenta con ventajas comparativas en materia logística, acuerdos internacionales y un ecosistema normativo que facilita la llegada de capitales extranjeros. Claro está, estas oportunidades no se concretarán por inercia. Requieren de una estrategia activa del Estado uruguayo, que debe desplegar inteligencia comercial, diplomacia económica y condiciones atractivas para captar estas inversiones. También exige equilibrio: aprovechar la renovada disposición estadounidense sin descuidar la relación con China, hoy principal socio comercial del país.

La competencia entre Washington y Pekín no es un juego de suma cero para Uruguay, sino un escenario donde puede obtener beneficios de ambos lados. Pero para eso, debe evitar encerrarse en una lógica de alineamiento automático. El interés nacional debe primar sobre cualquier presión externa.En definitiva, la pérdida de influencia de Estados Unidos en América Latina, contrarrestada por su renovado intento de recuperar terreno, abre una ventana de oportunidad para Uruguay. El desafío será convertir esa rivalidad en una ventaja propia, consolidando un lugar estratégico en un tablero global donde los movimientos de las grandes potencias repercuten cada vez más cerca de nuestras fronteras.

Comentarios potenciados por CComment

Ranking
Recibirás en tu correo electrónico las noticias más destacadas de cada día.

Podría Interesarte