Editorial /
La liberalización y/o privatización no es mala palabra…
Bajo explotación del Estado, los puertos nacionales y en particular el de Montevideo, Nueva Palmira, y el cercano y revitalizado de Paysandú, no eran competitivos ni aptos para su aprovechamiento de ventajas comparativas que tienen en relación a otros de la región, como Buenos Aires y otros de Litoral del Rio Uruguay, en la costa Argentina.
Como sucede hoy por hoy, con el puerto de Salto, eran terminales que morían sin mayor movimiento y con una infraestructura añeja y obsoleta. Desde los albores de los años noventa, (los tan criticados por la izquierda compañera) cuando se estableció legalmente la posibilidad de que grupos privados comenzaran a actuar en el ámbito portuario, la infraestructura se acomodó de tal modo que hoy se proveen servicios de excelencia a usuarios nacionales y regionales. El movimiento portuario medido en términos de contenedores se multiplicó por quince y la infraestructura sigue acomodándose para abastecer una demanda aún mayor. A su vez, la dotación de personal de la empresa del Estado que administra el puerto de Montevideo ha caído pero más ha subido el número de trabajadores desempeñándose en las actividades privadas que ahora operan en él y que generan ventajas en precio por calidad de servicio. Ya no son puertos “sucios” como lo fueron durante décadas.
Tan pronto se modificó la normativa que le daba al Banco del Estado de Seguros, el monopolio en esa actividad, el beneficiado fue el consumidor y los trabajadores en general, pues la actividad se expandió y el empleo aumentó.
En el caso de la telefonía, tras la entrada de empresas privadas en el negocio de los servicios móviles, se demostró que la competencia genero una mejor atención al cliente, se terminaron las esperas por “bornes” y “líneas” para acceder a un servicio que tras ello exploto para beneficio de la gente. De unos cientos de miles de servicios se paso a mas de 3 millones, cubriendo mucho más allá de la población activa del país. Eso beneficio y mejoro notoriamente los números y rentabilidad de Antel, y hoy su monopolio se limita a los servicios de línea que ya dejaron de ser atractivos y tiene crecimiento cero. Contrariamente a lo que vive la telefonía móvil, cuyo número de usuarios crece sin cesar.
Tampoco hubo efectos adversos en la apertura del negocio celular a privados, a pesar de los oscuros augurios que existieron desde esferas de los sindicatos estatales que auguraban en los 90 la catástrofe nacional, porque se vendía una “joya de la abuela”. Los resultados hoy muestran lo acertado de la medida. Por la actividad y el bienestar de los uruguayos fue lo que realmente se logró.
Lo concreto es que el resultados de todas esas políticas a las que se suma la generación de energía eléctrica a inversionistas privados, por ejemplo, demuestra que el país puede desarrollarse, crecer y progresar saliendo de los siempre cerrados y crispados climas estatales. Porque muchas de estas privatizaciones, terminaron hasta provocando no solo mejores servicios, también más económicos para el bolsillo del usuario.
Quizás sea hora de que esa apertura a lo privado, cuando el Estado ha mostrado que no es buen empresario y que no sabe o no quiere hacer inversiones estructurales ya impostergables se debe aplicar en otras actividades y servicios que son imprescindibles y necesarios para seguir creciendo y progresando.
Uno de ellos, debería ser por la necesidad de logística que impone el desarrollo y creciente de producciones forestales, agrícolas, ganaderas, es el ferrocarril.
Es inadmisible que se siga apostando por la oposición de unos pocos que se aferran a sus privilegios, se mantenga inactivo y vetusto a un medio tan importante como el ferrocarril. Todo por no dar oportunidad a la inversión privada. Ya ofrecida, ya planteada desde España, los Paises Vascos y hasta de la pujante China que de comunista en los negocios y actividades industriales ya no tiene nada… Pero ese, es otro tema. Volviendo a lo que nos interesa, el presente y el futuro, si pensamos en forma liberal y positiva quizás deberíamos dejar de preservar monopolios en la transmisión y distribución de energía, la importación y refinación de petróleo, o la importación de combustibles y su venta, entre otras actividades. Porque, con estos monopolios solo mantienen en situación privilegiada a unos pocos que laburan bajo el paragua estatal y perjudicando al resto de los uruguayos que día a día, trabajan en el llano y sin protección alguna salvo su esfuerzo, su sacrificio y su productividad. Algo, que desde un sindicalismo cerril, sin mayores aspiraciones se apuesta para así permanecer en sus puestos laborales, congelados, aburridos , y como eje de todo, la mínima productividad.
Pero eso si, carísimos y a costa de todos los contribuyentes a los que no se les considera ni respeta.
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